Labrys by Rocio D. C. R

Labrys by Rocio D. C. R

autor:Rocio D. C. R.
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico
publicado: 2015-01-01T00:00:00+00:00


XVI

Aquella mañana hacía bastante calor, a pesar de que la época del año cada vez se acercaba más a la temporada de lluvias, por eso las mujeres que se disponían a recoger la oliva se habían remangado la falda por las rodillas y recogido su larga melena en un grueso moño. Eirene las contempló con atención, agazapada tras un pequeño montículo verde. Sentado junto a ella se encontraba el perro que le había acompañado en su última salida.

La joven se había preguntado varias veces qué habría sido de aquel animal pero, nada más atravesar la pequeña abertura que separaba la maraña de corredores del exterior, lo vio subir la colina a trote ligero y con la lengua fuera, como si llevase días esperando ver a Eirene. Ahora se mantenía muy quieto, con las orejas de punta y los pequeños ojos fijos en los recolectores que tenían enfrente.

Una muchacha que había con ellos y que sudaba copiosamente quiso bajarse la camisa para refrescarse los senos, pero otro joven, muy parecido físicamente a ella, le reprendió con severidad, llamando la atención de los demás. Eirene observó entonces como la anciana del grupo, que se había sentado sobre un tablón de madera que llevaba consigo, levantaba el brazo y agitaba la mano con brío, riñendo al muchacho, hasta que se cansó de sus réplicas y le enseñó durante un veloz instante sus propios senos, arrugados y caídos. El joven se alejó con expresión de desagrado mientras los hombres y un par de niños que los acompañaban se reían a gusto.

Eirene frunció el entrecejo, sin comprender lo que había pasado y dispuesta a preguntárselo a Asterión en cuanto estuviera de regreso. Ya se disponía a marcharse de allí sin ser descubierta cuando el perro, tan sigiloso y tranquilo hasta entonces, aulló y sorteó con agilidad el pequeño montículo. Los recolectores se asustaron al oírlo, pero recibieron al animal con alegría. El perro, sintiéndose cómodo entre aquellos extraños, se volvió hacia Eirene y ladró.

La joven sintió cómo su rostro se quedaba sin sangre cuando los ojos de aquellas personas se posaron sobre ella. Cuando la anciana la llamó, Eirene solo atinó a esconderse detrás del montículo. Una terrible angustia comenzó a asfixiarla y tuvo ganas de echar a correr, pero las piernas no le respondían. Al sentir como una mano ancha y rugosa le aferraba del hombro, creyó que el corazón le saltaría por la garganta pero, al volverse a mirar al hombre, se sorprendió al descubrir en él una expresión amable y risueña. Se dirigió a ella con voz alegre y le ayudó a ponerse en pie. Antes de darse cuenta, la joven se hallaba rodeada por aquellos hombres y mujeres que la contemplaban con curiosidad mientras el perro saltaba como loco a su alrededor.

La muchacha que había intentado quitarse la camisa se mostraba encantada con la presencia de Eirene y hablaba atropelladamente, al igual que los dos niños que brincaban con el perro. Pero el joven que había reprendido antes a la muchacha y que parecía ser el hermano de todos ellos, se mostraba más reacio y la miraba con desconfianza.



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